martes, 24 de noviembre de 2009

Primero de noviembre “día de la eternidad”



Entre montañas extensas cubiertas por cruces de diferentes tamaños y colores se aprecian como unas enredaderas señalando el camino hacia lo alto del cielo. Semejan a un enorme jardín elaborado a base de botellas de plástico que sirven como floreros para que llenos de agua refresquen a los girasoles y a las hierbas que brotan desde el suelo. Primero de noviembre, día de la vida eterna.

La luz hace notar que el día será diferente para “los residentes” de las extensas llanuras y quebradas de este populoso lugar, en donde esperan la llegada y los abrazos de sus parientes: esposas, hijos, nietos, bisnietos,…también amigos. Todos traen consigo enormes paquetes llenos de sabores, olores y colores con los que se celebrará una viva fiesta. Será para homenajear al “dueño de casa” dentro del metro cuadrado de su propiedad. Primero de noviembre, día de la fiesta eterna.

Al son de la quena, la flauta, el arpa y el ritmo del zapateo, andinos, afro latinos, limeños y con sabor selvático se goza y se recuerda los momentos gratos e inolvidables compartidos con difuntos. La música se entremezcla con sonidos de llantos, otros alegres, risas tristes, que retumban en los corazones latentes y los inertes. Primero de noviembre, día del recuerdo eterno.

Aquella vía extensa en la que no cabe ni un alfiler en sus alrededores alberga también a numerosos comerciantes ambulantes que con cervezas, gaseosas, dulces, cruces, rosas y agua atraen a compradores y se ganan el pan de cada día, hoy, probablemente, más generoso. Estos hasta por el paladar atraen a los visitantes a que adquieran los productos para llevar un lindo recuerdo para su ser querido y para reparar las energías con suculentos potajes de nuestra variada cocina nacional. Primero de noviembre, día de la venta eterna.

Ya la noche empieza a caer después de una buena jarana anual, los pobladores de las extensas llanuras y quebradas llenas de cruces, se acongojan porque llega la hora de la despedida, cuando volverán a su vida cotidiana esperando al próximo año en el que se volverán a reencontrar con sus seres queridos.
Este asentamiento humano se llama Cementerio Virgen de Lourdes, antes conocido como cementerio de Nueva Esperanza y, se dice, es el segundo más grande del mundo. Se calcula que en él “viven” unos cien mil difuntos a los que visita cada primero de Noviembre medio millón de familiares y amigos.

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